Estás sumido en una espiral de no respiro posible. Nuevo trabajo, nuevo piso, nueva vida. Época de cambios enormes. No puedes parar. La supervivencia es tu única amiga.

Pero en un domingo cualquiera, todo se detiene. Encuentras un momento de paz en el que te sientas en el sofá y tu mente se queda en blanco. ¿Y ahora qué?, te preguntas.

Sabes que hay mucho por hacer, pero nada viene a tu mente. Nada bueno, mejor dicho.

Sin darte cuenta empiezas a cuestionarte si aquello a lo que estás dedicando tanto tiempo, que apenas te deja respirar, realmente te compensa. Las dudas empiezan a asomarse por cada esquina y ventana de tus entrañas. Empiezas a sentir un pequeño vacío creciente.

Eres consciente de que no tiene mucho sentido. El trabajo que has conseguido es perfecto para ti. Es justo lo que estabas buscando. No podías soñar con algo mejor.

Pero aún así... Hay algo extraño en todo esto. Una sensación rara, como de que algo no es como debería ser. Y todo acaba derivando en ideas sobre si de verdad tienes claro qué quieres hacer con tu tiempo.

Y con este profundizar por senderos tan fanganosos, acabas llegando a esa pregunta mágica que tantas veces arrojamos al mundo esperando una respuesta que nunca llegará. ¿Cuál es el sentido de mi vida?

En ese pensamiento estaba yo mientras subía las escaleras de mi piso esta mañana, después de despedir a mis padres que habían venido a Madrid a traerme un montón de cacharros y libros que tenía en Sevilla.

Las últimas dos semanas han sido de no parar. Trabajo, viaje a Sevilla, más trabajo elevado al cuadrado... Ayer fue el remate cuando llegarón mis padres y nos pasamos el día entero organizando el piso con todo lo que me han traido. Así que cuando se han ido ha sido el primer momento en que por fin el tiempo se ha parado, y con ello otra vez la pregunta del ¿Y ahora qué?.

Maldito vacío, he pensado. Ya está aquí otra vez. ¿Qué es, una especie de enfermedad que te persigue de por vida, por muchos objetivos que vayas logrando?. Al final esa pregunta sobre el sentido de todo acaba siendo una constante infinita.

Pero antes de sucumbir al pánico o a la bajona, he parado el carro, porque he recordado una idea de esas que rompen el juego por completo. Extremadamente poderosa.

No esperes que la vida te de la respuesta a esa pregunta. No es así cómo funciona todo esto.

Es tu responsabilidad, con tu trabajo, con tu actuar, el dar una respuesta a esa pregunta. Pregunta que además es precisamente la vida quién te la está haciendo, y no al contrario como la mayoría creemos.

Tú eres el único capaz de responderla. Así que déjate de historias y sigue buscando la forma de hacerlo.

Porque además hay que hacer, no sirve de nada pensar y pensar. Hay que actuar.

La vida no tiene sentido, es ella la que nos pide que se lo demos.

Y cualquier momento es bueno para dárselo.