No se tú, pero yo estoy ya cansado de cada fin de año hacer repaso y fijar objetivos e inventarme grandes proyectos.
Solía ser uno de mis momentos favoritos. La oportunidad de pararte a pensar deliberadamente sobre qué has conseguido y qué quieres conseguir. De hacer listas de canciones, libros y series. De recordar a aquellos que han formado parte de tu vida durante los últimos meses.
Vale, mientras lo escribo no suena tan mal… Por lo menos el echar la vista atrás y hacer un poco de retrospectiva es un buen ejercicio. Siempre y cuando no caigas en la autoindulgencia o el contarte historias que te lleven por los caminos de la amargura. Simplemente date un par de collejas sin saña y siéntete agradecido y orgulloso por las victorias compartidas.
Contra lo que voy hoy es el proceso de parir grandes propósitos de cara a un año. Es absurdo. Y lo dice el tonto del fijar metas y objetivos, del pensar hacia delante y construir hacia atrás.
Porque este tonto llegado final de diciembre religiosamente escribía su nota de Evernote con sus 3 grandes metas para el año, con sus diferentes fases y pasos. Con todo lujo de detalles, como si fuera una peli en HD. Y luego llegaba abril y lo que tenía entre manos no tenía nada que ver con lo que se había propuesto y encima se daba cabezazos por no seguir lo marcado.
Es absurdo porque la incertidumbre es altísima. Dentro de 12 meses pueden haberte pasado cuarenta cosas que hagan que esas tres grandes metas que te has impuesto, con todos sus planes y plazos, se vayan al garete. Y esto se da sobre todo cuando ya no tienes la seguridad de la carrera o la estabilidad de un trabajo fijo.
Y también hay que tener en cuenta otra cosa: “Ningún plan sobrevive al contacto con el enemigo“. Y en este caso el enemigo como bien sabrás eres tú mismo. Hablo de tu motivación, de cómo la euforia del primer mes va decayendo. De que como el año es muy largo no hay prisa por conseguir lo planteado. Siempre puedes intentarlo al comienzo del mes que viene.
Para una persona sin certezas en el horizonte un año es un periodo demasiado amplio, demasiado difuso.
Lo que no niego es la necesidad de tener algo que oriente tus pasos de alguna manera. El peligro de que seamos arrastrados de un lado a otro sin rumbo en la incertidumbre que vivimos es la otra cara de la moneda. Pero desde luego para mi el plantearme metas anuales ha perdido el sentido por su poca utilidad.
En su lugar, tengo una visión general de lo que quiero conseguir en mi vida. Visión que reviso periódicamente y que actualizo en función de lo aprendido y lo logrado. Un pequeño texto que no está ligado a un periodo de tiempo exacto, como son los dichosos propósitos. Es la línea de meta a la que apunto cada día.
Algo así como “Quiero ser un gran vikingo conocido por sus salvajes saqueos y tesoros conseguidos”
Y para no perderme y hacer más concreta esa imagen fijo periodos de tiempo más cortos de 3 meses con un único objetivo muy simple relacionado con lo anterior. Más que objetivo es una intención que sirve de guía. En el ejemplo sería “Voy a saquear un par de pueblos en estos tres meses”. Así, cada día al decidir qué voy a hacer uso esta pequeña frase como referencia.
Por último, cuando termina el plazo compruebo los resultados obtenidos, extraigo lecciones aprendidas y decido qué voy a perseguir los próximos 3 meses que me ayude a seguir avanzando hacia esa visión general.
¿Qué gano con todo esto?* Capacidad de adaptación a una realidad incierta y cambiante*.
Y repito, es una realidad tanto interna como externa. Las cosas ahí fuera están igual de jodidas que en nuestro interior, que pocos a nuestra edad (y me atrevería a decir que cualquier persona de la edad que sea) tienen claro qué quieren conseguir en su vida.
Sobrevivir y triunfar es una cuestión de adaptación. Y doce meses es demasiado tiempo para que la adaptación sea efectiva. Hazte un favor y olvida los propósitos de año nuevo. Gracias.