Llevo ya un par de días intranquilo, ansioso, con un cierto desasosiego danzando sin reparo a mi alrededor.
Debe ser la historia esta de que este año no va a haber verano.
No, pero en serio. ¿Cómo un concierto puede causar tanta embriaguez?
Para ponerte un poco en situación, este sábado fuí a ver a Obsidian Kingdom. Como probablemente no los conozcas, aquí tienes enlace a su badcamp para que te informes y escuches algo. Y deberías. En parte escribo esto para convencerte de ello.
Pero en el fondo se que mis esfuerzos serán en vano. De ahí en parte el reconcome de los últimos días.
¿Por qué no lo intentas? ¿Tú y yo, tan diferentes somos? ¿De verdad necesitas el verano, la playa, el sol para sentirte...? ¿Para sentir?
Al fin y al cabo. ¿Quién soy yo? Soy el loco que dejó fluir esa música oscura, salvaje y dura, por sus entreñas.
El silencioso testigo de un mundo al que no pertenece. Un contenedor de deseos que no encajan, de una visión del mundo que no comparte con nadie hasta la fecha.
Para. Suena The Kandinsky Group.
Te proyectas fuera de ti. Te das cuenta de que eres diferente. Te da igual. ¿Te ha pasado alguna vez?. Y lo mejor de todo, en segundos eternos perdido en uno de esos riffs infinitos empiezas a saborear tu verdadera realidad. Lo que eres realmente.
A ti llegan las palabras:
Enfrentándose a todo aquello que no es él, el yo se eleva hasta el punto de vista de lo universal, se descubre como participante de una coherencia mayor que la del discurso común de los hombres, que implica la conformidad con el cosmos.
Vale, sí, no piensas precisamente en esas palabras tan grandilocuentes mientras te dejas llevar por la música. Pero es la intelectualización que tenía a mano más próxima a lo que sientes en esos momentos.
La consciencia de que no eres las cosas que te rodean, aunque te resulten deseables. Esa chica de mirada penetrante y sonrisa dulce, la hamburguesa del Goiko de los sábados, Juego de Tronos a la vuelta de la esquina.
El saber que no eres los atributos gramáticales que el destino te impone. Si eres rico o pobre, estás sano o enfermo, eres señor o esclavo.
Durante un efimero plazo de tiempo eres capaz de discernir aquello que depende de ti de lo que no. Sientes lo que eres realmente, un amasijo de deseos, juicios y acciones en busca de coherencia. Lo demás se puede ir al carajo.
Y entonces te sumes en ese mundo apocalíptico que podría empezar mañana mismo. La batería de A year with no summer arranca y el bajo te araña las vísceras.
En ese momento solo deseas sentir la música fluir por ti, los únicos juicios que pueblan tu mente son que debes disfrutar del regalo que estás recibiendo, y tu cuerpo se pone a tu servicio y actúa en consonancia.
Todo se alinea, y en comunión con esos músicos que se están dejando el alma -y el cuello- te olvidas de todo aquello que no eres tú y te entregas.
Solo queda amar todo lo que ocurra, haya o no verano, pues la naturaleza es coherente y actúa en consonancia a lo que recibe.
One day the skies will dye white
Lay bare the bones of buildings
And the screams will fill these dirty streets
One day the skies will dye white
¿De dónde procede la intranquilidad que me carcome desde entonces y que mencionaba al principio?
De querer vivir así cada segundo. Consciente de quién soy yo. De lo que me corresponde y lo que me conforma. Descartando el resto.
Que esa experiencia no se evapore y se pierda en el tiempo. Me aferro a ella escuchando en bucle A Year With no Summer. Pero sé que es un miedo bano. El proceso ya está en marcha. Change is coming.
Venga, dales una oportunidad a Obsidian Kingdom. Por lo menos te servirá como anticipo de ese verano que no está por llegar.