La clave para conseguir lo que queremos está en la energía.

Todavía me acuerdo de la primera vez que hablé con un amigo sobre este tema. Me miró con cara de “¿Este tío en que secta se ha metido?

Tuve que aclararle que estaba hablando desde un punto de vista a medio camino entre lo fisiológico y lo relacionado con la productividad. Nada de rollos esotéricos ni mierdas de autoayuda varias. Para que tú y yo nos entendamos, te presento la premisa básica:

Para llevar a cabo cualquier acción tenemos dos materias primas básicas fundamentales: tiempo y energía.

Por ejemplo, cuando escribes un post de un blog (como ando yo ahora) estás consumiendo a la vez minutos y tus reservas de energía. Lo segundo no se puede medir como lo primero, pero si que vas notando conforme los minutos se consumen que empiezas a distraerte, a sentir cierta fatiga mental y a querer dedicarte a otra cosa.

¡Oh! He dicho fatiga mental. Eso me recuerda a otra clave del tema de la energía: hay varios tipos.

  • Física: la forma de energía básica. Sin ella no eres nada y nada podrás conseguir. Depende fundamentalmente de 3 factores. Dormir, comer y hacer ejercicio. Cuando está alta, afecta positivamente al resto de tipos.
  • * Emocional*: ¿Cuáles son el conjunto de emociones que hacen que funciones mejor? Seguramente no sean el enfado y la tristeza. Ser capaz de controlar tus emociones para que no te quiten energía sino que te inflen de motivación es una habilidad muy útil.
  • * Mental*: Dichosa concentración, que va y viene y se consume con una facilidad pasmosa. Como el resto del cuerpo, el cerebro también se cansa. Mantenerlo entrenado y trabajar de manera que se favorezca su mejor rendimiento a partir de pequeños descansos (técnica del pomodoro por ejemplo) son fundamentales para aguantar cada día.
  • * Espiritual*: Esta es peligrosa de definir, pero para que nos entendamos, todo lo relacionado con los propósitos en nuestra vida, nuestras creencias profundas, el conectar con lo que nos rodea, etc. nos puede llegar a dar auténticos chutes de energía que suplan las carencias del resto en momentos puntuales de nuestras vidas.

Vivimos una época donde la obsesión es hacer más en el menor tiempo posible. Hay tropecientas herramientas para gestionar mejor el tiempo, para hacer más tareas, ser más productivo… Pero de lo que se olvidan muchos es de la energía.

Sin energía, da igual el tiempo que le eches a las cosas que tienes que hacer. Tardarás la vida en completarlas, si es que eres capaz de hacerlo, claro. Irás por ahí cansado, con cara larga, desmotivado. Alimentando un bucle en el que como no tienes energía no consigues hacer todo lo que quieres, y como no consigues lo que quieres estás triste y drenas más todavía tu energía.

Recuerdo que antes de investigar sobre todas estas movidas, cuando era un supuesto vago estudiante de la ESO, mi madre me echaba en cara una y otra vez que no tenía fuerza de voluntad ninguna. El problema era que cuando llegaban las últimas horas de la tarde, en vez de terminar de hacer los ejercicios que tenía que entregar al día siguiente o estudiar todo lo que debería un examen próximo, lo dejaba todo a medias y me ponía a jugar al ordenador hasta la hora de la cena.

Visto desde la perspectiva de mi madre, era un pedazo de vago sin remedio, que me salvaba de suspender gracias a una mezcla de mucha suerte y un pelín de inteligencia. Pero en realidad no se trataba de una cuestión de ser, sino de estar.

No era un vago, sino que las condiciones de mi forma de vida no eran las más… energéticas, por decirlo de alguna manera. Estaba cansado. En aquella época no dormía suficiente, mi alimentación era deficiente (demasiados hidratos de carbono, como descubrí años después), la inestabilidad emocional imperaba (cosas de la adolescencia, you know) y mi motivación por los estudios distaba mucho de ser óptima. Resultado: No tenía energía al final de la tarde. Y sin energía no hay fuerza de voluntad que valga. Resistirse a la llamada de lo fácil y divertido era imposible.

Hoy en día, después de haber tenido tiempo de conocerme y experimentar para saber mis necesidades energéticas, me aseguro a diario que duermo lo suficiente, como bien y hago ejercicio para mantener mi base de energía. También organizo la semana pensando en mi motivación, me dedico tiempos libres donde hago todo aquello que me gusta, busco siempre seguir un propósito para alimentar mi espíritu (aunque a veces me pierdo) y me paso gran parte del tiempo luchando para mantener bajo control mis emociones (aunque es una batalla muy dura, como bien sabrás).

Y todo esto lo que me permite es mantenerme en marcha y bajo control durante gran parte de la semana. Descansado y con las pilas puestas, las posibilidades de que me distraiga o que mi falta de control me venzan descienden considerablemente. Las cosas que hago salen bastante mejor, soy más creativo a la hora de resolver problemas e incluso disfruto más de la vida.

Al fin y al cabo, es una cuestión de cuidarse a uno mismo para producir los resultados que uno quiere. Es verte a ti mismo como un coche al que hay que echar gasolina para poder llegar a tu destino. Si no lo haces al final el coche te dejará tirado en mitad de ninguna parte.

Puedes verlo incluso como una cuestión de egoísmo positivo. Te dedicas tiempo a ti mismo para recargar las pilas y poder entregarte a los demás o a tu trabajo. Y es fundamental no sentirse culpable por hacerlo. Conozco a más de uno que se siente mal al hacer las cosas que le recargan. Pero párate un momento a pensar lo siguiente: ¿Qué prefieres, hacer un montón de cosas malamente por estar desconcentrado y desmotivado, o hacer cosas que sean muy valiosas para el mundo, en las que has puesto todo lo que tú eres gracias a que previamente te has inflado de energía haciendo lo que te llena?

Photo by: Josh Pesavento