Casi dos meses más tarde y unas cuantas regañinas después me atrevo a volver a escribir aquí. No voy a entrar en las razones del abandono. Me quiero centrar en hablarte de una idea sencilla y poderosa. Las excusas baratas las dejo para otro día.
Déjame preguntarte una cosa. ¿En algún momento has tenido claro a dónde dirigías tus pasos?
Empecé este blog con la idea (entre muchas otras) de buscar formas de hacer más sencillo el responder esa pregunta. Ayudar a otros como yo con técnicas y hábitos a encontrar una ruta. Ya han pasado 6 meses desde que empecé mi “master en independencia”. Es la mitad del tiempo que me había propuesto. Estoy en la mitad del camino. Y te puedo asegurar que en este tiempo han cambiado muchas cosas en mi.
Muchas cosas, y muchas veces. Ya lo dije a principios de noviembre. Estar perdido es normal. Desde noviembre hasta ahora he ido absorbiendo esa forma de aceptar los vaivenes. Hasta el punto de que estoy empezando a disfrutar esa especie de belleza que hay en la búsqueda. En experimentar con cosas nuevas. En entregarte al placer de la caza de un futuro que no sabes cuándo ni cómo llegará. Pero que está ahí.
Ayer estrené un corto como director de fotografía. ¿Qué me quieres decir con eso Rafa? . Pues es uno de esos pequeños cortos en los que he ido dejando un poco de mi.
Al igual que hace 6 meses empecé el master, hace 6 años estaba empezando la carrera de Comunicación Audiovisual. Han sido 6 años en los que he podido experimentar esa búsqueda. Entré sin razones reales. Llevaba años sin pisar un cine. Apenas veía la televisión. ¿Fotografía? ¡Venga ya! Con mi pulso de mierda cómo voy a hacer fotos… Lo único que sabía era que se me daba bien escribir. Lo mismo valía para guionista.
Sobre el papel estaba destinado a hacer una ingeniería. Y cuando llegó la hora de elegir carrera, cogí el camino marcado y me lo pasé por el forro por el simple hecho de que no quería un camino fácil. Creía firmemente que tenía un lado creativo que explotar. Y no pude haber elegido mejor.
Empecé perdidísimo, como era de esperar. Rodeado de gente que amaba el cine, tuve que ponerme las pilas para crear una base de lo que sería mi gusto cinematográfico. Y poco a poco empecé a amarlo yo también. Aunque en este tiempo siempre he notado que había una gran distancia entre los que habían nacido para esto y los que estábamos aquí de paso.
¿Qué quieres hacer cuando acabe la carrera? Era la pregunta estándar. No sabía qué responder. Estaba en proceso de búsqueda. Y lo que al principio era agobio e impotencia, poco a poco a poco se fue convirtiendo en el placer de experimentar, de ir superando miedo tras miedo, año tras año.
El punto de inflexión, como en cualquier buena historia que se precie, fue cuando me regalaron mi primera cámara de fotos. Empeño de mi madre (yo, como he dicho antes, no me veía con una cámara), me abrió por completo los ojos. Muchas veces me he preguntado qué es lo que hizo la fotografía conmigo. Y la conclusión por ahora es que me regalo una forma de conectar con la realidad que me rodea. Una forma de mirar distinta a como suelo hacerlo. La fotografía me ha regalado gran cantidad de momentos mágicos que no cambiaría por nada del mundo.
Han sido 6 años apasionantes. He tenido la oportunidad de probarlo casi todo. He escrito guiones y desarrollado biblias de series sin pies ni cabeza. Dirigí un documental que muy pocos han visto y he participado en un puñado de cortos como operador de cámara y director de fotografía donde he trabajado con gente increíble. Fui realizador contra mi voluntad en dos ocasiones (y lo volvería a hacer si es con gente tan grande como con la que tuve el placer de trabajar). Nunca he sido productor oficial, pero marrones me he comido como todos los que estamos metidos en esto. He pasado horas y horas etalonando. De la cantidad de fotografías hechas mejor ni hablo.
Pero al igual que al entrar en este mundo lo hice abandonando la ruta establecida sin remordimientos, ha llegado la hora de dejar el audiovisual atrás para seguir con mi búsqueda. No importa la cantidad de tiempo invertida. Es algo que me repito hasta la saciedad.
Para mi, el estreno de ayer fue como una especie de despedida. No definitiva, evidentemente. Me gustaría en el futuro hacer más cosas. Y la cámara siempre la voy a tener ahí para seguir observando lo que me rodea a mi manera. Pero he de reconocer que a pesar de haber encontrado mi pequeño espacio en este mundillo, en mi interior sigue viviendo ese pasajero que sabe que hay algo que no encaja. Que la caza debe continuar, y esta vez lejos de las cámaras.
Es irónico, porque al final resulta que de alguna manera regreso al sendero que abandoné hace 6 años. Lo que empezó en septiembre como un “voy a empezar a aprender a programar, a ver cómo se me da”, se ha convertido en mi nueva dedicación a tiempo completo. Sí. Como lo oyes. Me meto a desarrollador web. Poco a poco he ido dedicándole más horas, hasta el punto en el que he acabado metiéndome en un curso intensivo salvaje en el que estaré programando desde que salga el sol hasta que se ponga durante 8 semanas. Se me ha ido la cabeza, sí, pero me gusta. Cada hora que paso partiéndome los cuernos intentado aprender y entender esas líneas de código infinitas se me va volando. Y parece que se me da bien.
He de reconocer que todo esto me ha producido mucha ansiedad en las últimas semanas, cuando empecé el proceso de selección para el curso. ¿Rafa, otro cambio de dirección más? ¿No te cansas?. Y como pasa de vez en cuando, llegó el libro perfecto en el momento perfecto. En esta ocasión fue Mastery, de Robert Greene. Un libro dedicado por completo al aprendizaje, pero desde una perspectiva completamente opuesta a la moda actual de “hackear” la educación y acelerar el proceso de aprendizaje.
El libro se sustenta en las historias de cómo las grandes personas de la humanidad como Leonardo DaVinci, Darwin, Einstein, etc. llegaron a adquirir sus habilidades y conocimientos, la maestría en aquello a lo que dedicaron sus vidas. Y no te puedes hacer una idea de lo tranquilizador que resulta leer todas esas historias y ver la de vueltas que dieron en su juventud. Muchos son los que no tenían claro a dónde iban ni que querían. También fueron muchos los que probaron montones de disciplinas distintas hasta encontrar aquella que les correspondía. Utilizando los conocimientos adquiridos en una disciplina para utilizarlos en otra, expandiendo sus capacidades.
Lo que era común a todas esas grandes personalidades era la búsqueda incesante siguiendo lo que su intuición y su interior les decían que tenían que estudiar e investigar. No era un camino marcado, sino una serie de quiebros y vueltas que les llevaron al dominio de sus capacidades que tanto les caracterizó.
Y a eso me entrego yo ahora. Al placer de la caza sin remordimientos ni cuestionamientos. La belleza de la búsqueda de un lugar en el que poder desarrollar mis habilidades, cumplir la misión para la que estoy aquí. No poner en duda mi intuición porque siempre me ha servido bien.
No hay camino equivocado mientras lo hayas disfrutado y hayas aprendido en él.
Por eso no me arrepiento ni me arrepentiré nunca de estos años de cámaras. Y desde luego no tengo miedo de lo que esté por llegar.
Fotografía de Eirik Newth