Hoy lo tengo muy claro. En vez de hablar de luchas o tristezas, de lo perdidos que estamos o de lo difícil que es todo esto, he decidido hacer caso a uno de los principios clave para superar problemas, centrarse en lo que va bien.
¿Cómo? Voy a contarte qué es lo que he aprendido en el mes que llevo yendo a clase de improvisación.
¿Por qué? Porque de todas las decisiones que he tomado, de todas las actividades que estoy haciendo a día de hoy, es sin lugar a dudas la que más me llena y la que más cambios noto que está produciendo en mi.
Durante dos horas a la semana me olvido de todo. Me pierdo en el frenesí de juegos e historias sin pies ni cabeza. Movilizo mi (por ahora escaso) ingenio retándome en un tiempo completamente presente en el que desaparece casi por completo cualquier rastro de mi propia identidad. Durante dos horas soy libre, y cuando salgo de clase estoy en paz conmigo como nunca antes lo había estado.
Y durante el resto de la semana los efectos perduran. Poco a poco estoy notando como se va plantando en mi la semilla de una vida mucho más libre de la carga de mi mismo, de todas las mierdas que hay plantadas en mi interior y que no son más que chorradas.
Pero… ¿Por qué es tan bueno? He aquí 5 razones que se me han ocurrido dándole un poco al coco (y que Patricia, mi fantástica profa argentina nos ha repetido ya un puñado de veces)
1. No pasa nada si la cagas
Estás aprendiendo. La vas a cagar miles de veces. Asúmelo. Pero tan rápido como caigas te vas a tener que levantar porque no hay tiempo que perder. El juego continúa a un ritmo frenético y si empiezas a lamentarte o juzgarte seguirás perdiendo una y otra vez.
Quédate con el aprendizaje que hay tras el error, y ya está. El darte collejas es un esfuerzo en vano que debería utilizar para seguir construyendo. ¡Ya tendrás tiempo de reírte del cabezazo que te diste contra la pared!
2. Los que están a tu lado son tus compañeros, no tus enemigos
Juntos formáis un equipo con una misión fundamental: crear una historia que tu público quiera comprar. Y dependéis los unos de los otros para sacar esto adelante. En vez de poneros la zancadilla y juzgaros tenéis que ayudaros. Cuando a tu compañero no le salga algo, ayúdale. ¡Él hará lo mismo cuando te ocurra a ti lo mismo!
Para mi esto ha sido una auténtica revelación. Acostumbrado a ver a los desconocidos como enemigos feroces dispuestos a clavarme un cuchillo en la espalda a las primeras de cambio, cuando entré por primera vez en clase y tuve que depositar mi confianza en gente que no conocía de nada (aunque ya si que empiezo a conocerlos) mi forma de ver las cosas cambió radicalmente. Cada vez tengo menos miedo de ponerme en manos de los demás. O por lo menos ya no los considero enemigos por defecto.
3. “Sí, y…” como paradigma de crear
Escucha, escucha, escucha. Permanece atento a lo que te rodea. Especialmente a tus compañeros, con los que estás creando algo tan especial. Acepta lo que te proponen, y a partir de eso añade algo nuevo. Algo tuyo.
Ya está bien de peros. Di SÍ. Acepta y aumenta. No niegues. Añade valor.
4. El cuerpo tiene un montón de articulaciones que pueden moverse
En serio, no sabía que el cuerpo tuviera tantas articulaciones. Y ni mucho menos sabía que había tantos movimientos posibles. Me siento como un niño pequeño descubriendo su cuerpo por primera vez.
Además que nunca antes había sido tan consciente de mi mismo, de mi propio cuerpo. Aprender a escucharlo, a saber cómo se siente, es maravilloso. Y eso que todavía no lo controlo ni de lejos. Pero el simple hecho de experimentar contigo mismo, olvidando cualquier tipo de prejuicio sobre tu autoimagen, te hace crecer muchísimo.
Y encima estoy desarrollando unos movimientos de cadera que te mueres de sensualidad…
5. Confía en tu propuesta
¿Qué difícil es eso, verdad? Hasta una cosa tan simple como fijar tu mirada en un punto y dirigirte hacía él de manera decidida es muy complicado si no tienes confianza en ti y en lo que planteas. Pero cuando no hay tiempo de pensar y hay que sacar algo adelante, no te queda otra de confiar en lo que se te ocurra. Y te digo una cosa, cuando propones algo de manera confiada, seguro de lo que dices, en vez de dubitativo y tembloroso, ya puede ser la mayor cagada del mundo, que resultará creíble y aceptable para muchos.
Todo esto que he escrito es aplicable a muchísimos ámbitos de nuestra vida. Ya te digo que poco a poco lo que aprendo en las dos horas se está contagiando al resto de aspectos en mi vida. Cada vez confío más en mis planteamientos y los comunico con mayor entereza. Permanezco más atento, más presente, a mi mismo y a los que me rodean, aportando valor y construyendo cosas más grandes en vez de restar en mis relaciones. Y desde luego, cada vez tengo menos miedo a cagarla. Si la voy a cagar, la voy a cagar cuanto antes para aprender y seguir adelante.
Pero con leer todo esto no vasta. Suena todo muy bonito, pero lo que realmente te cambia es experimentarlo. ¿Cuántas veces he leído lo de “No tengas miedo a equivocarte”? Perdí la cuenta hace tiempo. “Ten confianza en ti mismo”. Te creo, pero a la hora de la verdad es algo que no tienes asimilado en tu subconsciente. Sin embargo, cada clase me está sirviendo para que esas ideas que no tienen nada físico se asimilen a mi cuerpo. Ese es el verdadero valor que le encuentro a cada clase de impro, y que hace que lo aprendido sea tan contagioso al resto de mi vida. Y encima juego, me divierto y aprendo a contar historias de una manera muy original. Creo que no podía pedir nada mejor en mi vida.